Vívía
en un Mundo lejano, un niño de 11 años que nunca crecía. Por un hechizo
misterioso, estaba destinado a ser un niño y a vivir como un niño en medio de
aquellas tierras, junto con las hadas, los elfos y los gnomos. Lo acompañaban a
veces las musas; y los animales de los bosques y las aguas, le enseñaban a
defenderse y a sobrevivir en medio de aquel vasto lugar.
El
niño era en verdad feliz y estaba tranquilo, llevando su ingenua vida sin
mayores problemas. Hasta que en cierta ocasión, mientras él miraba un atardecer
pintado en el cielo, vio aparecer un espléndido lucero. Era la estrella más
hermosa y luminosa que jamás había visto. El niño quedó prendido de ella. En
adelante sus días dejaron de tener paz, pero en cambio cada noche le traía la
felicidad de contemplar la belleza de aquella estrella, de su estrella, por que
sólo a él le parecía iluminarlo por dentro.
Pasaron
muchas noches en las que el niño, viendo aparecer su estrella, se sentaba por
horas y a veces noches enteras a contemplarla, hasta que fue tanto su ardiente
deseo por la estrella, que aquella empezó a aparecerse también durante el día.
Así, cuando el pequeño necesitaba ayuda y ánimo, ella aparecía en el firmamento
y lo impulsaba a continuar.
Pero
el amor del niño hacia su estrella fue creciendo y sintió que ya no era
suficiente con verla y sentirse acompañado por ella, y por eso un día, tomó la
firme decisión de ir por ella, traerla y así iluminar con ella su Mundo, para
que todos pudieran conocerla y ser tan felices como él. Pero se dijo así mismo:
“Para traerla necesitaré ser tan grande y tan alto que pueda alcanzar el
cielo…¿cómo haré para crecer?, ¿cómo romperé este hechizo?” El niño guardó esta
inquietud en su corazón por que su amor era secreto, nadie sabía lo que sentía
por su estrella, nadie sabía de sus deseos…. Así que lo único que se le ocurrió
hacer fue inventar cada día una estrategia para alcanzarla.
Durante
varios meses intentó de mil maneras. Una vez construyó una enorme escalera con
pinos, pero no supo en qué lugar del cielo apoyarla; otra ocasión se construyó
unas alas con plumas de ganso y de águila, pero al probárselas no consiguió
alzar el vuelo; otro día construyó unos zancos gigantes, pero no encontró quien
le ayudara a colocarlos en sus pequeños pies; pidió ayuda a sus amigos del
aire, pero le dijeron que nadie podía llegar allá y si se arriesgaban a
llevarlo podían perecer…En fin, fueron muchos los intentos y el niño pensó
entonces: “Lo único que puedo hacer es romper con el hechizo. ¿Quién puede
hacer que yo crezca? Quiero ser grande, quiero ser un hombre, un hombre alto y
fuerte, porque anhelo a mi estrella más que a nada”
Los
días pasaron y el niño se hacía la misma pregunta siempre como un ruego. De
pronto, escuchó una voz que le dijo: "Si le pides con todo el corazón el
favor a los habitantes del cielo, tal vez ellos te ayuden…” El niño supo de
inmediato que había sido su estrella quien lo había aconsejado, y de inmediato
alzó su voz a los habitantes del cielo, diciendo: “Escúchenme, por favor,
apreciados seres que recorren el cielo, soy tan sólo un niño enamorado de la
luz de una de sus estrellas, ayúdenme a romper mi hechizo y a ser un hombre,
ayúdenme, por lo que más quieran, mi anhelo es poder crecer para llegar a ella”
Fue
tan dulce su súplica que, tan pronto su voz llegó a los límites del cielo, un
espíritu celeste que allí rondaba, lo escuchó y volando corrió a contarlo a sus
hermanos:
-
¿Han escuchado eso, hermanos míos?
-
No, cuéntanos que has escuchado, que
tan alegre corres a contarnos- Respondieron ellos.
-
Acabo de escuchar a un niño pedir que
lo convirtamos en un hombre.
-
¿Y su petición es sincera?
-
Creo que sí. Además me he fijado en
su aspecto y es en verdad adorable. Me imagino cómo será convertido en todo un
hombre…
-
¡Ay!, Epithemia, ya empezaste con tus
superficiales apreciaciones- Dijo su hermana Philia.
-
Si lo hubieras visto, Philia,
intentarías conceder su deseo de inmediato. Es una hermosa criatura…
-
Sabes, Epithemia, que para llevar a
cabo lo que me dices, tendría que saber quién es y qué hace...
-
¡Bueno, bueno!!, ya está bien de
discusiones - Intervino su hermano Eros. Lo importante es saber si podemos
complacer su deseo. Cuéntanos Epithemia, ¿por qué pide tan ardientemente este
pequeño ser un hombre?
-
Alcancé escuchar hermano Eros, que
desea alcanzar una estrella de nuestro cielo…
-
¿Cómo? ¿Así que tan pronto mi
influencia ha tocado el corazón de este ser humano?
-
¿A qué te refieres, Eros?-
preguntaron inquietas sus hermanas.
-
Si no estoy mal, ni me falla la
memoria, conozco a ese pequeño más que ustedes. Es el niño que no puede crecer
al que encontré un día contemplando una estrella y conmovido por su mirada y
por su indefensa situación sembré en su corazón el anhelo de alcanzarla.
-
Un momento- Le interrumpió Philia- si
es el mismo niño del que hablas, debes enterarte, hermano mío, que fui yo quien
inspiró a aquel pequeño a soñar con aquella estrella, y le hice apreciarla,
admirarla, inspirarse con ella a tal punto que él podía verla incluso durante
el día…
-
¡Espera, Philia! – intervino con voz
alarmada, Epithemia- me temo que ambos están delirando si creen que son los
autores de este bello impulso que vive a hora nuestro niño. Han de saber que si
no fuera porque desperté en él el vital deseo de buscar en el cielo su fuente
de inspiración, nada de aquello que decís hubiera ocurrido. La estrella siempre
ha estado entre nosotros, su luz siempre ha brillado, fui yo quien le abrió los
ojos al pequeño…
Y
durante un largo rato discutieron los 3 hermanos sobre quien había sido el
causante de que un niño de 11 años, ahora estuviera enamorado de una estrella,
olvidando por un momento su importante petición. Pero una cuarta hermana, que
había presenciado en silencio su discusión, se empezó a reír en sus narices con
tal gracia que los hermanos, percatándose de su presencia le interrogaron:
-
Hermana Ágape, tu que siempre guardas
silencio y prudencia ante este tipo de cosas, no te burles de nosotros y dinos
más bien tu opinión sobre este asunto.
-
Hermanos míos, lo importante no es
saber las razones ocultas por las cuales cada uno de ustedes ha creado esta
situación, sino más bien acatar al ruego de este pequeño, que es evidente,
sufre por ver realizado su sueño. Les invito a que pensemos en ello y en verdad
hagamos algo por ayudarle.
Ante
las palabras sensatas de Ágape, sus tres hermanos estuvieron de acuerdo y luego
de dar sus opiniones, finalmente decidieron que cada uno de ellos lo
intentaría. Para ello estarían dispuestos a bajar a su Mundo y mientras
durmiera el niño, otorgarle un don que le permitiera romper con su hechizo.
-
Yo seré la primera en lanzarme a esta
aventura- dijo Epithemia, animada- Ya verán hermanos míos que, al amanecer, el
niño será tan grande que en verdad podrá tocar su estrella y ustedes ni
siquiera tendrán el trabajo de bajar a la Tierra.
Esa
misma noche, bajó Epithemia y acercándose lo acarició por largo rato mientras
le decía: “Pequeño mío, he querido, para bien de tu corazón, abrirte los ojos a
la belleza, hacer que sientas en tu piel, lo maravilloso que se siente, aún en
tu condición, percibir las cosas bellas. Cuando tu corazón dormía, no podías
verlo, pero ahora que tus sentidos han cobrado vida, me siento feliz de que tu
Alma pueda vivir esta experiencia. Sigue tus impulsos, pequeño, y verás que
alcanzarás tu estrella” Y diciendo esto, abrazó con suma intensidad al niño,
impregnándolo de su esencia y regresó a su hogar.
Al
día siguiente, cuando el niño despertó, sintió que sus pies se alargaban
inexplicablemente y se hundían en la tierra con fuerza, luego se elevó y comenzó
a crecer y a crecer sin parar. Notó que su cuerpo se hizo tan fuerte, más que
el de un hombre y se hacía ancho a medida que crecía. Sus brazos se extendieron
como ramas gigantescas y pudo percibir por primera vez en su vida que su amada
estrella parecía crecer ante su vista mientras él se acercaba al cielo.
Durante
todo el día creció, la luz de su estrella lo alimentaba como un sol y él sintió
en su piel, ahora verde, el fuego de su calor irradiando su deseo. El viento
acarició sus hojas, refrescando su paciencia, la lluvia mojó sus ansias y
nutrió sus raíces para fortalecer su anhelo; poco a poco se acercaba más al
cielo, pero parecía un camino inalcanzable. Entre más crecía su cuerpo, más
deseaba estar arriba, y con el tiempo, sintió que el calor lo iba quemando, lo
iba agotando; se dio cuenta de que si seguía avanzando y si llegara a abrazar a
su estrella, esta lo quemaría sin piedad…¿cómo podría hacer para traerla
entonces?
Al
final del día, su estrella era un enorme disco rojizo que palpitaba sobre su
sien. El corazón del niño, sucumbió y tuvo que gritar al cielo: “Agradezco, me
hayan convertido en un Hombre-árbol, pero no puedo alcanzar así a mi estrella”
Su
voz llegó a los límites del cielo y Epithemia suspiró ante sus hermanos
diciendo:
-
Hermanos míos, he realizado mi
esfuerzo por cumplir el deseo del pequeño. Me doy por vencida. Lo regresaré a
su estado anterior y ya mirarán ustedes que hacer ante esta situación.
Y
así fue que al llegar la noche, el niño se encontró de nuevo en su refugio y
viéndose liberado de tal condición, descansó tranquilo hasta el día siguiente.
Philia, observándolo desde el cielo dijo: “Creo saber la forma para que este
niño cumpla su sueño” y muy entusiasmada bajó aquella misma noche al lecho del
niño y susurrándole al oído le dijo: “Mi hermoso niño, he visto como tus ojos
han vislumbrado la belleza y en tal estado, he deseado que puedas vivir la emoción de compartir con tu estrella esos
momentos tan hermosos. En los días más oscuros, ella ha estado allí, y en los
días luminosos también. Te he movido a ser un hombre, a ser digno de alcanzar
su luz. Por eso, a partir de hoy y el resto de tus noches, podrás estar con tu
estrella como anhelas tanto” Y con un tierno beso lo impregnó de su esencia.
Esa
misma noche, en un estado que no parecía ser un sueño, pero tampoco una clara
realidad, el niño notó que su cuerpo cambiaba extrañamente. Sus brazos y sus
piernas se tornaron grandes y fuertes, su cuerpo adquirió una fuerza prodigiosa
como la de un guerrero gigante, su cabello creció hasta sus caderas enraizado
en su columna, sus dientes crecieron, y sus ojos, a lado y lado de su rostro
mejoraron su visión y agudeza. Su agilidad lo hizo saltar de un brinco por las
montañas y allí, ante la pálida sorpresa de la luna, vio crecer atónito un par
de alas gigantescas, blancas y relucientes como las de ninguna criatura.
En
un salto rompió el viento y se aventuró hacia su estrella. No supo cuánto
recorrió a trote sobre el firmamento, pero supo que mientras se acercaba a su
estrella, esta cambiaba de forma y se hacía similar a él hasta que en un
hermoso encuentro, la luminosa figura corrió junto a él recorriendo todo el
Universo. Pero al llegar el amanecer, todo volvía a ser como antes, su amada
estrella se alejaba nuevamente desapareciendo en un punto de luz inaccesible, y
él volvía a ser el mismo niño de siempre. Sin embargo, su sonrisa cada
madrugada delataba su profunda alegría y durante varias noches pudo encontrarse
con ella, aunque todo pareciera una ensoñación.
Así
pasó un buen tiempo, hasta que un amanecer, el niño no despertó con su habitual
sonrisa, se había dado cuenta por fin de la ilusión y alzando de nuevo los ojos
al cielo, gritó angustiado: “Gracias habitantes del cielo por este regalo, pero
ya no lo quiero. Ha sido maravilloso recorrer lugares insospechados, convertido
en radiante Hombre-pegaso, con mi amada estrella, pero mi anhelo está aún
insatisfecho y ya mi alma suplica traer a mi estrella a vivir conmigo para
siempre. ¿Saben acaso ustedes, si existe la manera de vivir junto a ella, de
traer su luz a mi Mundo?”
Philia,
quien había olvidado ya el asunto del pequeño, alcanzó a escuchar su lamento y
muy triste buscó a sus hermanos y les dijo:
-
Hermanos queridos, son testigos
ustedes de mi intento de cumplir el sueño de este niño y creo que en parte he
satisfecho su súplica, pero ahora le he escuchado decir que no quiere seguir en
la ilusión y pide nuevamente a nosotros volverlo grande para traer a su
estrella. No sé qué harán ustedes, pero lo que soy yo, ya he hecho lo que he
podido” Y diciendo esto se alejó. Eros, reconociendo que le había tocado el
turno de intentarlo dijo:
-
Conozco una forma de hacer que este
pequeño consiga ser un hombre y estar con su estrella, pero le causará dolor
intentarlo y yo tendré también que acompañarlo cada vez que lo haga. Sin
embargo, ya que fui yo quien le sembró este deseo de unión en el corazón,
asumiré mi parte y lo conduciré a este nueva aventura.
Terminadas
sus palabras, cogió un cofre de cristal, subió hasta la estrella del niño y trajo
consigo un rayo de su luz. Luego bajó a la Tierra y mientras el niño dormía se
acercó y con el pensamiento le dijo: “Adorable niño, por mi deseo de que seas
al fin un hombre, he permitido que con los días aumentaras tu aprecio por la
estrella hasta convertirse en un profundo anhelo de traerla contigo, de estar
por siempre con ella. He sido el culpable de crearte este reto, de no dejarte
dar por vencido ante esta precaria necesidad de acercarte a nuestro cielo y por ello te he traído un trozo de tu estrella.
Así podrás estar con ella todos los días siempre que imagines o recuerdes que
eres un hombre, grande y fuerte, así como sueñas” y diciendo estas palabras
abrió el cofre y de inmediato el trozo de luz estelar salió y se entró por la
boca del pequeño, despertándolo inmediatamente. Eros desapareció al instante.
-
¡Por todos los cielos!!- Gritó el
niño asustado- ¿Qué es esto tan extraño
que siento? ¡Mi corazón se está quemando!!! ¡Siento un fuego terrible dentro de
mí, pero a la vez una alegría que no me cabe en el pecho!.-
El
niño cerró los ojos y soñó que su estrella entraba en él y él se había vuelto
también una estrella, y al despertar encontró a su lado el cofre de cristal y
una pequeña llama escondida en su interior. Entonces, comprendió lo que sucedía.
Desde ese momento, cada vez que quería estar con su estrella, podía sentirla y
no sólo estaba con él ahora, sino que podía ser él mismo como ella, y sentir
ese éxtasis de felicidad cuando estaban juntos, él en ella y ella en él, aunque
no dejó de sentir el dolor en su pecho cuando el fuego de su estrella lo
quemaba adentro. Sin embargo, el niño se sentía feliz y se veía grande, tan
grande como el mismo cielo.
Pasaron
varios meses y el niño poco a poco fue olvidando la estrella del firmamento,
aquella estrella real, que había sido su primera inspiración. Ya él no miraba
arriba, andaba conforme con su trozo de estrella en la Tierra y se aferró a
esta como ciego. Ya no jugaba con las hadas y los elfos, ya no cuidaba de igual
modo a sus amigos animales, su principal actividad era satisfacer su necesidad
de luz, sentir ese breve pero intenso momento en que se unía a la estrella de
su cofre y no permitía que nadie se acercara a ella.
Con
el tiempo, el niño se empezó a sentir cansado, su piel se fue arrugando, quizás
por el calor y por el dolor de su estrellita de mano, y un día, llevó sus ojos
hacia el cielo como hace tiempos no lo había hecho. Al ver la estrella, clara y
reluciente, que pendía como un fabuloso adorno de la naturaleza, recordó
repentinamente su ancestral amor por ella…Algo en su interior rejuveneció al
instante y un sentimiento más luminoso incluso, que el de la luz de su estrella
dentro de él, lo revitalizó por completo. Recordó su verdadera intención,
recordó su viejo anhelo de convertirse en un hombre, de escalar el viento y
llegar a su estrella lejana y hermosa, completa como era, ahora más que nunca,
ahora que conocía su esencia, que había respirado su cercanía, ahora que había
sentido su luz en él, ahora que había entendido que ambos eran uno en realidad,
que ella no era más que su origen, su destino, que su propio corazón estaba
hecho de su luz…Debía entonces subir allá, hacerse digno de volar y alcanzarla.
Pero, tras este recuerdo, surgió de nuevo la pregunta: “¿Cómo llego a ti?, ¿Cómo?”
Y
esta pregunta viajó nuevamente a los límites del cielo y Eros, lo escuchó. Fue
entonces a buscar a sus hermanos y les dijo: “Este pequeño ya se ha vuelto
grande con el tiempo, grande por dentro, lo suficiente para alcanzar su
estrella. Ya su alma se fue arrugando con las experiencias que ha tenido y
acaba de despertar de nuevo a la vida. He cumplido con mi intento, amados
hermanos, ya nada hay en mis manos que ofrecer” Y diciendo esto bajó a la
Tierra, cogió su cofre y dijo al niño: “Cuando quieras volver a recordar a que
sabe una estrella, sólo invócame y al instante estaré a tu lado” Y partió de
nuevo al cielo.
Ágape,
la cuarta de las hermanas, observando con atención todo lo sucedido se dirigió
a sus hermanos diciéndoles:
-
Hermanos Epithemia, Philia y Eros: no
se sientan tristes por sus intentos, por el contrario, han hecho que este
pequeño, en verdad haya crecido, más que en tamaño, en corazón. Gracias a
ustedes ha conocido al amor, ha gustado de su aroma, ha sentido su grandiosa
cercanía, ha vivido con su luz; ahora puede llegar a su estrella.
-
Pero, Ágape, el niño no ha cumplido
aún con su deseo y ya hemos hecho todo lo que ha estado en nuestras manos. Te
corresponde a ti intentarlo, ahora, eres su última esperanza.
-
Todo lo que ustedes han hecho ha sido
preparar su camino; en este momento, ya puede el pequeño andar solo.
-
¿Y tú? ¿No vas a hacer nada por él?
Ágape
sonrió. Sus hermanos conocían esa sonrisa, así que la dejaron guardar en
silencio su secreto como el más preciado tesoro. Y así fue que Ágape bajó a la
Tierra y encontrando al niño dormido,
sopló sobre su rostro y al momento el pequeño despertó. Contempló este el
rostro de aquel espíritu hermoso y eterno y Ágape, mirándolo con afecto
infinito, penetró en sus ojos, en silencio, siempre en silencio, hasta que
entró en su interior. El niño continuó su plácido sueño y la noche transcurrió
en calma.
Al
día siguiente, el “pequeño” despertó. Y al abrir los ojos lo primero que vio
fue a su amada estrella brillando más fuerte que nunca. Ensimismado en aquella
visión se levanto sin percatarse de su estado; se acercó al río donde
acostumbraba bañar su cuerpecito y se dio cuenta de que algo mágico había
sucedido. Él ya no era el mismo. Se había convertido en un hombre, grande y
fuerte como había deseado; de piel trigueña y fuerte, mirada profunda, miembros
fuertes y pecho amplio e imponente…
Y
mirando al cielo preguntó sorprendido cómo había ocurrido el milagro…y supo
dentro de sí que, en verdad, cada vez que buscaba estar con su estrella, cada
vez que era ayudado para unirse a ella, crecía un poco más y no lo había
notado. El amor había roto el hechizo.
“Y
ahora que soy un hombre, ¿podré subir hasta mi estrella amada? Aún el cielo lo
encuentro tan lejano como antes…” dijo para sí. Pero su ágape interior le
contestó al instante:
“No será crecer en estatura lo que te hará
ascender al cielo, ni serán tus manos las que alcanzarán tu estrella, tampoco
tu grandeza y fortaleza te harán unirte a ella. Será tu corazón de hombre. Es a tu corazón al que le crecerán las
alas, será él quien volará hasta el cielo. Vuela corazón de hombre hacia tu
estrella. Yo el Amor, te espero…”
Denyse Gómez